
el verano se acaba y damos paso al otoño.
Una estación que al igual que la primavera es la antesala de un clima extremo, verano o invierno.
En cualquier caso sirve para ir aclimatando el cuerpo y la mente. Es un abrazo cálido acompañado de tonos ocres que simboliza el marchitar de las hojas, la muerte dorada. Nunca el final de un ciclo sentó tan bien como el otoño.
También nosotros nos marchitamos en cierta medida. Dejamos el trasiego de los días interminables de horas de luz, el olor a mar y a bronceador, y comenzamos a volvernos más intimos, sosegados, en definitiva más nostálgicos. Ya sabéis, después de la fiesta viene la resaca. Algunos psiquiatras dicen que es una época depresiva para los más suceptibles, más bien creo que en parte es debido a que no llevan bien la vuelta a la rutina. Otros en cambio le encuentran la magia a eso de sacar el jersey y perderse por los bosques en busca de setas o de castañas, son los que se integran de pleno al otoño. Pero siendo sincera, me parece que la mayoría opta por hacerse con estos manjares desde la comodidad de un supermercado o bien comprando en un puesto ambulante de castañas asadas, mientras pasean al crujir de cada paso por los parques marchitos. Es sin duda una manera más de vivir la muerte dorada del año.